Un día pasa, pasa que estás de pie en algún lado y te das cuenta de que no quieres ser ninguno de los que están a tu alrededor. No quieres ser el puto pringao al que le has reventado la cara. Ni tampoco tu padre, ni tu hermano, ni nadie de tu puta familia. Ni quieres ser la señora jueza. Ni siquiera quieres ser tú. Solo quieres salir corriendo. Salir a toda hostia del sitio en el que estás.
Siempre hay un momento en que el camino se bifurca, cada uno
toma una dirección pensando que al final los caminos se volverán a unir. Desde
tu camino ves a la otra persona cada vez más pequeña. No pasa nada, estamos
hechos el uno para el otro, al final estará ella, pero al final solo ocurre una
cosa, llega el puto invierno.
Y de repente te das cuenta que todo ha terminado. Ya no hay
vuelta atrás, lo sientes, y justo entonces intentas recordar en qué momento
comenzó todo y descubres que todo empezó antes de lo que pensabas... Mucho
antes... y es ahí justo en ese momento cuando te das cuenta de que las cosas
solo ocurren una vez, y por mucho que te esfuerces, ya nunca volverás a sentir
lo mismo, ya nunca tendrás la sensación de estar a tres metros sobre el cielo.
- Creo que yo más.
- No, yo mucho más.
- Yo de aquí a Barcelona.
- Yo de aquí al cielo.
- ¿Sí? Pues yo muchísimo más.
- ¿Cuánto?
- A tres metros sobre el cielo.
Claudio... de verdad yo entiendo perfectamente que su mujer este preocupada, porque su hija esta con un tipo que va por la vida en moto, dando bandazos, a doscientos por hora, porque no quiero darme cuenta de lo que pasa alrededor, pero de repente, aparece alguien que te dice que tranquilo, que aflojes y cuando aflojas te das cuenta de las cosas.
Te das cuenta de que en la estantería hay un trofeo de baile entre las botellas de tequila, que está sonando mi canción favorita, que hoy es martes y trece, que Rosana se fugaría contigo ahora mismo, a cualquier parte del planeta, cosas pequeñas Claudio.
Tu hija me enseña a ir despacio y eso me sienta bien.
